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Mi alarma suena siempre a las 5:30 a.m., la pongo a esa hora, porque así tengo casi una hora para mí antes de que despierte mi familia (luego te digo qué hago en esa casi hora).
Hoy al sonar la alarma, la pospuse una vez aunque no suelo hacerlo, porque aún tenía sueño y efectivamente me dormí otra vez; cuando desperté de nuevo eran las 6:10, aún estaba perfecto para levantarme.
Aunque era la hora adecuada para ir a despertar a mi hija para ir a la escuela, haberme despertado a esa hora me dejó sin tiempo para mí. Aún así, después de tomar mi té, decidí subir a la azotea unos minutos. El cielo estaba maravillosamente despejado, ayer estuvo nublado y hasta cayó un chubasco.
También disfruto cuando el cielo está nublado y la lluvia, pero el cielo hoy, ¡Wao!, está como si decidiera dar una lección de calma.
Estuve un rato arriba en la azotea, no mucho, unos diez minutos, pero fueron suficientes para admirar el espectáculo que me ofrecía la naturaleza esta mañana.
Cerré mis ojos mientras sentía la brisa fresca en mi piel y mi cara, se sentía tranquilo como si se detuviera el tiempo; mientras tenía mis ojos cerrados empecé a meditar, bueno, al menos eso creo, solo comencé a estar consciente de mi respiración mientras entraba y abandonaba mis pulmones, sentía cómo se inflaba mi pecho y abdomen. En realidad ya lo había estado haciendo desde hace unos días, pero dentro de casa.
No sé qué tiempo estuve meditando, sé que fueron muy pocos minutos ya que no podía quedarme mucho, pero disfruté tanto ese momento que lo seguiré haciendo al aire libre.
Antes de bajar, jugué un ratito con mi perrita, que siempre está dispuesta a regalarme y contagiarme su alegría.
Gracias por inspirarme a apreciar las bondades de la meditación, entre otras tantas cosas que quizás más adelante te iré haciendo saber.
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