Por Hector Williams Zorrilla, psicólogo y profesor universitario
Digamos primero, que los hábitos no son meros “actos” o costumbres que realizamos espontáneamente y de manera automática y sin pensar.
Los hábitos se expresan de forma automática y espontánea, ellos poseen contenidos psico-emocionales, sociales y culturales más complejos y profundos que su mera expresión conductual.
Un hábito posee contenidos psicológicos (mentales), emocionales (de los afectos), comportamentales (conductual y comportamiento), culturales (componentes del ambiente familiar/crianza), sociales (patrones predominantes de la sociedad), y por último, contenidos generales y específicos de eso que se denomina la Personalidad humana.
Los hábitos predominantes de una persona, es decir, los hábitos que una persona expresa consistente y cotidianamente, definen aspectos básicos y centrales (rasgos) de esa persona.
Segundo, los hábitos se asientan, se crean, se desarrollan, se aprenden y se expresan en y/o por las conexiones cerebrales.
Sin conexiones cerebrales activas que den vida energética a los hábitos, ellos no pueden existir, y mucho menos expresarse.
Mientras menos conexiones cerebrales activas posea una persona, menos hábitos podrá aprender y expresar. E incluso, una persona podría quedar en estado “vegetativo” en término de la expresión de hábitos cotidianos, si esa persona ha sufrido daños serios e irreparables a componentes importantes del cerebro.
Mientras más conexiones cerebrales saludables tenga una persona, más hábitos podrá esa persona aprender y expresar en su quehacer cotidiano.
Los hábitos son agentes poderosos e influyentes en la vida de cada ser humano. Los seres humanos somos criaturas de hábitos, estemos o no conscientes de ello.
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